sábado, 15 de noviembre de 2008

De " La rosa inclinada"

Carlos castilla del Pino,es un libro que se lee con interés ,Anna Caballé le pregunta entonces la mejor escuela de la vida es la reflexión sobre el transcurrir de la propia vida,¿no es eso?
cc.Claro.Como se ha dicho muchas veces,es de nuestra propia vida de donde hemos de aprender,
lo que se llama experiencia, así debería ser...
También me gusta lo que es para el la casa ,aunque no comparto la manía de estar a oscuras. Quiero mandar dos textos de Javier Tostalé, los tenía en un cuaderno ,creo que os gustaran.
Haber si consigo enviarlo ¡que trabajo me ha costado!

POETICA
Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán, porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: ésa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño.
("Confesión", de La rosa inclinada (poesía 1976- 2001), Madrid, Calambur, 2001).

TEXTO LA FRONTERA

Todos vivimos en la frontera, a un paso de la felicidad y a otro del abandono y el desamparo. Somos unos refugiados sin territorio que estamos pendientes de que alguien nos nombre para sentirnos habitantes de algún lugar. Nos vestimos cada día sin saber cuántos grados de soledad seremos capaces de alcanzar, o si, por el contrario, nos sucederán tantas cosas que hasta nuestra chaqueta se sentirá extraña. Y al arribar la noche no sabremos dónde estamos, cuánto nos queda para llegar a la maravilla o al precipicio. Libramos una batalla con nosotros mismos en la que somos reyes y mendigos. Mientras nos ponemos la corona del triunfo o del dinero, nuestro corazón despojado muestra sus harapos. Todos vivimos en la frontera, en la invisible línea que separa palabra y silencio. Hablamos y no hacemos sino callar lo que realmente queremos decir. Guardamos silencio y nos desnudamos de tanto contar. Abrimos una puerta y cerramos un sueño. Tapiamos una ventana y los ojos se queman con el paisaje. Recibimos una carta y el tiempo pasado borra sus letras. Entre lo claro y lo oscuro navega nuestro pensamiento, y arde cuando sólo quedan las cenizas. Toca la verdad pero se ve deslumbrado por la mentira. Su alma es la razón y, sin embargo, a veces delira. Nada es como es y todo es como nunca fue. Así, instalados en esta frontera del desconcierto, transcurrimos. Nuestros labios mueven el aire del beso y una piel se estremece mientras huye. Nuestras manos se tienden sobre un cuerpo y se vuelven sordas. Queremos hacer algo y nos llaman de otra parte. Nos quedamos quietos y giramos veloces empujados por deseos y presencias. Perseguimos lo imposible y pasamos de largo ante lo que nos ofrece su compañía. Afirmamos estar enamorados y nunca medimos el amor por la calma de los días. Decimos «sí», y sólo pensamos en nosotros. Escribimos «no», y entre las dos letras tiembla la duda. Plantamos una rosa y crece sólo la herida hecha por sus espinas. Todos vivimos en la frontera, anudados a la paradoja, sirvientes del dolor en la alegría y de la ignorancia en el saber. Todos vivimos en una lágrima dentro de la felicidad. Todos tenemos lo que perdemos y escuchamos lo que no nos dicen. Todos habitamos aquello de lo que fuimos desterrados. Todos pregonamos unos principios desmentidos luego por nuestros actos. Y al cruzar a la otra orilla nos ahogamos arrastrados por las voces que ya no oímos. ¡Qué delgada frontera abre y cierra nuestra vida!(De La estación azul, recogido en La rosa inclinada (poesía 1976- 2001), Madrid, Calambur, 2001, pp. 253-254).